16 de agosto de 2011

MÍO



“La primera palabra fue “mío”... y empezó la guerra”.

El Hombre empezó a ser Hombre. Primero fue el gesto. Después llegó el sonido, el gruñido. Más tarde fueron naciendo los primeros fonemas reconocibles...
Así llegamos al pronombre (en lugar del nombre), aunque tal vez sería más adecuado llamarlos protonombres o prenombres (precursores del nombre). Los primeros en usarlos ni siquiera sabían que los llamarían así. Da igual. 
Antes de saber decir tu nombre, te señalé y sonreímos. Eso fue comunicación. Ese gesto se convirtió en “”. Y “yo”... y quién sabe...
Pero antes de todo, alguien dijo: “mío”... y hubo una disputa. Todas las guerras, las discusiones, las peleas y los conflictos tienen su causa en esa palabra. Mía es esta tierra. Mía es la razón. Mío es el poder. Mío es el petróleo. Mía es la venganza. Mío. Mío. Esa palabra “mío” encierra todo el egoísmo del ser humano. El niño aprende qué es la propiedad; después decide si ser generoso o egoísta. De adulto, el ladrón ya ni siquiera lo piensa. El generoso, da. El egoísta, no da. El muy egoísta, quita. Mío.
Quien perdió aquella primera disputa, aprendió a decir “tuyo”. Rindió su arte y su sonrisa al poderoso “mío”. Cedió, y llegó el desequilibrio a la sociedad.

Eres mío”, dices tú. Y piensas: “Tu tiempo es mío. Tu energía, mía”. Y empiezas a exigir lo que ni siquiera deberías pedir. Y desequilibras.
Yo no quiero nada. No necesito nada. Y no hay más nada. 
Mío... ¿qué es realmente mío? 

Ni el aire que respiro.