8 de marzo de 2013

Don Pascual



A veces sangro de puño y letra,
buscando para cada recuerdo, una sonrisa.

En el Centenario del nacimiento de D. Pascual Baca Balboa,
nacido en Guadix (Granada), el 8 de marzo de 1913,
Te recuerdo a ti, Maestro, porque yo soy quien soy gracias a ti, Maestro.



                Ha pasado tiempo... quince años pasan volando. Ha sido un largo camino hasta aquí, ahora. Algunos igual pensáis que la vida se hace más difícil sin él, que echáis de menos su mano ayudando a levantaros, sus consejos, su ejemplo recto, sus ojos buenos, su sonrisa abierta. Algunos, como yo, seguramente pensaréis que se fue una tarde de junio entre los olivos, pero sigue estando. Sigue estando, yo lo veo cada día en cada uno de nosotros... porque Elba tiene su sonrisa. Y contando mis recuerdos con vosotros, siempre le recuerdo a él... cuando recuerdo el lunar en el meñique de Celia, porque recuerdo haber jugado con ella en “la habitación de la punta”, entre las cortinas verdes. Le recuerdo a él cuando confundía los nombres de Virginia y Cristina, o cuando jugaba en El Pozuelo con Sergio y José Luis, y el pulpo del teatro, y la rata Juanita, y la cabra y la codorniz. Y le recuerdo en los primos Paco y Julián, amontonados en el Ford Granada que les llevaba a Cabra. Le recuerdo cuando recuerdo una Leticia enana intentando sostenerse en pie... y llegaba Bea para sostenerla; le recuerdo a él en nuestros juegos de patio, asomando mi cabeza por el muro para ver qué hacían Jaime y Alejandro, al otro lado. Le recuerdo en el empeño que pone Javi en cuanto hace. Le veo ahora mismo en todos mis cumpleaños, con seis, siete, ocho años, todos... siempre estuvo ahí, con el mismo gesto. Y sigue estando. Miguel Ángel tiene esa misma postura en pie, y muchos gestos más. María lleva su corazón grande, ¿para qué más? Macarena dice con su misma sensibilidad que “Tiene la sonrisa de un día de invierno... y tiene el corazón de hombre grande, de niño chico, de gigante”. Quiero creer que también yo llevo algo dentro... ¿Qué tendré yo?

Ahora, sigo tejiendo nuevos recuerdos con vosotros, y en todos le recuerdo a él... forjando nuevos teatros con Esther, Israel y Lourdes; comiendo las migas de Mª Nieves; y también le recuerdo cuando hablamos del carné de conducir de Pascual (el melli), porque el abuelo conducía con nosecuantos años aquel enorme Seat 1500 que ya no sé si recuerdo haber visto o haber soñado alguna vez. Y sé que también Salamo lleva algo de él, aun sin saberlo, porque seguro que sus hermanas le han contagiado algo bueno, aun sin querer.

Y la abuela Piedad, su compañera... sus ojos lo han visto todo.

Sus ojos lo han visto todo,
por eso no pueden captar apenas nada más.
Cegada por la luz de los años,
recuerda como ayer sus sueños dulces,
la sonrisa de su amor bueno,
su teatro de hace setenta años,
y conoce a cada nieto por la voz.

Cegada por la luz de los años,
intuye el movimiento
escucha cada forma
y huele todo lo que se cuece.
Cegada por la luz de los años,
se preocupa por todos,
sabe lo que quiere y lo agradece...
con un “que Dios te lo pague”.
¡Qué mayor generosidad que en tus manos?


                Y sus niños... que hoy no son mis tíos sino sus niños... Piedad, mi jefa en ese extraño animal al que llaman Teatro... pero yo me acuerdo de Cultura Viva (y no sé si estuve) y de la doble casa junto al parque, y el balcón. El parque sigue oliendo igual, lo sé. Loli, la sevillana de la Avenida de Kansas Sity, con ‘s’, que digo yo que por qué demonios me acuerdo de la Avenida de Kansas Sity, con ‘s’, al lado del Corte Inglés, si hace más de 25 años...
                A Merce la estoy viendo aquí y ahora, llamándome ‘diente mella’, y me veo deseando ya que a Daniel se le caiga un diente para decirle yo “diente mella”, y que dentro de 25 años se acuerde él también. Y el Autobianchi, claro. Mª Carmen está en la casa de la Tejuela: aquella vieja puerta azul de fuera, el olor al entrar, frío en invierno y frío en verano, las paredes y los techos altos, desconchados, el suelo con los azulejos sueltos, quebrados, y le Chat Noir y Toulouse Lautrec en la pared. Ange lleva su fuerza y la misma mirada... y mucho más. Y Pascual, su vecino, mi vecino, que también tiene la misma figura en pie, bigote incluido; el renault 5, y el 11, y el 21. Y el incombustible 850 y el kart. Y el interruptor táctil graduable (y mágico) del salón. En todos esos recuerdos está D. Pascual, claro. Y en muchos más sigue estando.

                Recuerdo su mano en mi nuca, su camisa y su rebeca, mi altura la marcaban los botones de su camisa. Su bastón, su manzanilla (que él mismo secaba): me sentaba en sus rodillas y compartía conmigo su manzanilla, cucharada a cucharada. Recuerdo las migas, la servilleta de cuadros, la pera con pan. Y el padrenuestro. Su sonrisa se fue, tal vez; su corazón lo guardamos nosotros. Él nos lo dio.
                Recuerdo... Recuerdo y olvido continuamente las cosas que él me ha dejado. Me ha dejado una parte de él, me ha dejado sus recuerdos, sus actos como ejemplos a seguir –Fray Ejemplo es el mejor predicador–, me ha dejado tantas cosas... cuántas veces nos habrá salvado desde el seno de la aurora...

Eres eterno, y yo mañana dormiré tranquilo.

Dice la Biblia que somos hijos de la ira.
Nosotros no. Nosotros somos hijos de la sonrisa de D. Pascual.




Para todos los Bacas, Eugenio de El Pozuelo.

PD: Y los Huesitos. 
PD2: D. Pascual en el homenaje de su jubilación, con 70 años.