Ayer he visto
un abrazo estremecedor en el tanatorio que me ha retorcido el corazón. La
muerte detrás, y la vida por delante. Un cuerpo abierto, una vida ida, y almas
desconsoladas, intentando consolarse sin posibilidad de consuelo. Un abrazo con
dos cuerpos en colisión, en absoluta sincronía y entrega, largo e intenso hasta
el dolor, que ha resonado en todas las almas que hayan podido notarlo. Pocas,
temo. Pocas habrán podido sentirlo, aun estando a unos metros de distancia,
temo. Un abrazo intercambiando energías, entregando esperanzas, regalando calor
y queriendo decir: Somos seres vulnerables, pero la Fortaleza está en el
interior. Sólo así puede coserse un corazón roto, entregando ese abrazo que
diga… hasta a morir te acompaño… tanto si
resucitamos como si no, pero siempre que el cielo se vuelva nuestro esclavo;
entregando ese abrazo que diga… la vida
es ese cementerio de sueños por el que transcurren nuestros pasos…; entregando
ese abrazo que diga… que el miedo a la
muerte es el amor por la vida; y que la muerte no ocurre en quien se va, sino
en quienes permanecen.
La tristeza se
extiende y se desparrama inexorablemente en días así. Más aún en días grises y
fríos y oscuros como este. Da igual que intentes pensar que es un bonito día,
no puedes engañar a tu propia tristeza, a tu propio espíritu. Mi hermana quiere
comerse con sus lágrimas toda la tristeza de M. para aliviar su corazón roto, y
mis manos en su espalda intentan apagar ese fuego. Cada persona tiene su razón –mejor
o peor– para estar ahí, y su propia tristeza acumulada que en días así, se
desborda inopinadamente. Hay quien está por compasión, por empatía, o por
compromiso. Hay quien está por poder compartir su propia tristeza con alguien
más, por simplemente estar deseando una ocasión para poder charlar con alguien
que le preste su oído, o por intentar aliviar unos ojos ensombrecidos. Hay
quien está porque tiene que estar, hay quien está pero no quiere, hay quien
quiere estar y no puede. Hay quien querría ser el fallecido… y se cambiaría por
él sin dudarlo, y esto puede ser por dos razones: sacrificio o envidia;
entiéndame quien pueda. Y yo… sólo quiero dar cobijo y tender mi mano a F., si
es que eso sirve para algo. Unas manos, un cobijo que yo mismo he encontrado alguna
vez, en días así.
La noche ha
sido larga y rotunda, claro. Pareció decir “aquí estoy yo”. Y el despertar ha
sido triste, claro. Pareció decir “zúrcete esa cicatriz, si puedes”, empapado
en sudor frío de fiebre, o en sudor de fiebre fría, o quién sabe qué diablos
era aquello. Hoy necesitaba un abrazo mudo, y sólo tengo una guitarra sorda. No
puedo imaginar cómo habrán sido la noche y el despertar para ellos, quienes
ayer tuvieron la muerte detrás, y la vida por delante.
12 XI 12 - Para F.B.P. y familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario